Por. José Llamos Camejo (exclusivo para La Voz de Vietnam)
Debe ser por esa heroicidad que un escritor mexicano le atribuyó a la vegetación; de otra manera no encontraría explicación para el hecho; la lógica sugiere que, por obra de la maldad, Vietnam debiera ser hoy de una apariencia distinta, un paisaje lunar, un desierto, una desolación… pero la patria de Ho Chi Minh es una concurrencia espectacular de vida, naturaleza y paisajes irrepetibles, que por méritos propios, se yerguen como teñidos de historia.
A primera vista, desde la ventanilla del avión, la mirada percibe un esmalte verde que asemeja una avalancha indetenible de lava; pronto el viajero confirmará que el desplazamiento y la apariencia viscosa no pasan de ser una ilusión óptica que obedece a la ingenuidad de unos ojos abrumados por el paisaje imponente, mientras el “magma vegetal” se derrama por las cuestas de las montañas, va tapizando los valles, decorando las carreteras, las ciudades, avenidas y ríos, hasta cubrirlo todo, para después escalar otras lomas.
Desde su asombro, el viajero llega a olvidar que allá abajo, agazapadas entre la formidable congregación vegetal, asechan unas 800 mil toneladas de explosivos sin detonar, remanentes de bombas gringas, municiones, minas antipersonales, legado mortífero que año tras año sigue amputándole vidas.
Los artefactos abandonados en Vietnam por las fuerzas militares norteamericanas, tras su derrota, le han causado más de100 mil víctimas (40 mil muertos y 60 mil heridos) al hermano pueblo indochino, desde el final de la guerra, en 1975 hasta hoy. Según los expertos, harán falta cien años y decenas de miles de dólares para descontaminar totalmente de bombas, al suelo anamita.
Un avión norteamericano dispara fósforo blanco sobre Vietnam
(Foto: Tomada de internet)
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Sobre Vietnam la aviación militar de los Estados Unidos roció unos 80 millones de litros del agente naranja y arrojó más de 8 millones de toneladas de bombas, entre ellas las de napalm y fósforo blanco; dicen que la descomunal andanada equivalió a una bomba de 500 libras por cada vietnamita. Se habla de unos 20 millones de cráteres en suelo del heroico y victorioso país.
Una vez en tierra, las estadísticas y el asombro regresan juntos, cuando el viajero se adentra en un espeso bosque de la región central del país y disfruta de un "concierto" exclusivo que la fauna silvestre regala; ecos misteriosos y ruidos salvajes llegan desde la selva remota, el viento musita una tonadilla, las aves se integran al concierto; es un deleite; hay una instintiva armonía en este coro salvaje.
Son 840 especies de aves, 260 variedades reptiles y 237 mamíferas dispersas en 13, millones y medio de hectáreas de bosques, donde se alojan16 000 especies de árboles; el endemismo es notable y la riqueza descomunal: al cierre del 2015 el país ingresó 7 mil 100 millones de dólares en madera exportable; otras 239 mil hectáreas de bosques engrosaron el patrimonio forestal anamita en ese periodo; el 40,6 por ciento de la superficie total del país está cubierto de árboles; en el año actual el país se propone incrementar la cobertura forestal y elevar en siete por ciento el crecimiento productivo del sector. Son cifras para admirar, y sobre todo para imitar en un planeta azotado por la deforestación, que cada año pierde un promedio de 52 mil kilómetros cuadrados de bosques.
Parece un milagro; pero es el fruto de una ecuación sencilla: ciencia, conciencia, empeño estatal, sudor y voluntad reforestadora. Esa épica, y el esfuerzo de las autoridades por descontaminar a su país de explosivos, y proteger a las víctimas, contrasta con la brutalidad de quienes lastimaron los pulmones y la piel de la nación indochina.
Nadie sabe cuántas víctimas humanas añadirán a su extensa lista de muertos y mutilados, las municiones gringas agazapadas en suelo vietnamita, al margen del empeño que Vietnam ha puesto para evitarlas; nadie sabe hasta cuándo ese emporio natural formidable tendrá que convivir con semejante amenaza.
Ojalá que el 4 de abril, Día Mundial Contra los Remanentes de Bombas y Minas Terrestres, haya servido para estremecer conciencias y despertar sensibilidades. Ese día el viajero plantó su pensamiento en Vietnam, en el encanto de su paisaje, en el esplendor de sus bosques, símbolos del triunfo del valor frente a la maldad; ese día el visitante pensó en la cualidad de los árboles, en esa cualidad que Octavio Paz, el escritor mexicano, le atribuyó: “Dolor de raíces y de follajes rotos…no tienen sangre ni nervios sino savia y, en lugar de la cólera o el miedo, los habita una obstinación silenciosa, los árboles se quedan clavados en su sitio. Paciencia: heroísmo vegetal”.