Por: José Llamos Camejo (exclusivo para La Voz de Vietnam)
Pareciera que a Rodrigo Rodríguez no le basta la variedad de matices que le imprime a su verbo elocuente, para contar las emociones vividas durante los días en que vertió sudor solidario en Vietnam.
Tal vez eso explique la abundante gestualidad que acompaña cada frase y cada palabra suya. Cuando habla del tema su mirada grafica las emociones, sus ojos son un cuadro de sentimientos, una mezcla de angustia, ira, rebeldía y esperanza. A Vietnam, Rodrigo siempre lo mira con gratitud.
El guantanamero Rodrigo Rodríguez, mientras evocaba su estancia en Vietnam
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“Si no hubiera sido por ese hombre inmenso que es Fidel, yo no habría tenido el privilegio de conocer la patria de Ho Chi Minh”, dice con voz enfática, y jura “que eso siempre lo llevo presente y lo agradeceré hasta los últimos días de mi vida, no me canso de repetírselo a mis hijos y a mi mujer”.
Han transcurrido más de 40 años, y aún los recuerdos brotan con total lucidez; Rodrigo los hilvana de tal manera que al escucharlo uno se descubre de pie frente a la barbarie, y por momentos no logra evitar el dolor ni la rabia.
“Eso ocurrió en 1974, cuando acababa yo de cumplir 28 años de edad, ahora tengo 70; me preguntaron si estaba dispuesto a viajar a Vietnam para ayudar en la reconstrucción del país; mi reacción fue directa, no lo dudé ni un instante, aunque eso implicaba un aplazamiento del matrimonio, por suerte, mi novia lo comprendió”, continúa relatando en la pequeña sala de su apartamento, ubicado en el reparto Caribe, al norte de la ciudad de Guantánamo.
Aunque el tiempo y la humedad han hecho su estrago, Rodrigo conserva este reconocimiento que el gobierno vietnamita le concedió
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Cuenta que de inmediato empezó los preparativos, y en pocas semanas, junto a cientos de constructores, entre ellos más de 20 mujeres, integrados en el contingente Ho Chi Minh, “abordamos un avión, volamos de La Habana a Rabat, de allí a la antigua URSS y finalmente a Hanói, el viaje duró más de 40 horas, llegamos agotados, pero llegamos”.
En el camino extrañó a la madre y al barrio, pensaba en la novia y en los amigos; a veces lo invadió la nostalgia. Pero, al llegar, esas emociones cambiaron, “cuando vi aquella destrucción, sentí como si me hubieran dado un tremendo golpe en la cara, ¡qué horror!”.
La atrocidad le arrebató un juramento: “no defraudar al Comandante en Jefe”. Después, en conversaciones con otros compañeros, supo que aquella determinación silenciosa los embargó a todos de manera espontánea, “fuimos a construir, pero si hubiera sido necesario, por Vietnam hubiéramos dado la sangre y la vida, como había prometido Fidel; allá comprendí cuántas razones existen detrás de cada palabra y de cada promesa de nuestro líder invicto, ¡qué grande es Fidel!”.
El Hotel Victoria (Thắng Lợi en vietnamita), un producto de la solidaridad cubana en Hanoi
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Como electricista, Rodrigo ayudó a construir el Hotel Victoria, situado no muy lejos del centro histórico de Hanói, casi pegado al gran lago Ho Tay o del Oeste, “un lugar precioso. Trabajando nos entendimos de lo mejor con los vietnamitas; no conocíamos su lengua ni ellos la de nosotros, pero la hermandad nos trajo el entendimiento”.
“A pesar de que ellos estaban en una situación tan difícil, nos trataban con un cariño especial; nosotros trabajábamos duro pero contentos, y siempre estuvimos atentos a las noticias, porque la guerra había terminado en el norte, pero en el sur todavía se peleaba; a todas horas hablábamos de ese tema”.
Tal vez por eso fue tan grande la emoción de aquel 30 de abril que Rodrigo recuerda “como si hubiera pasado ahora mismo; alguien anunció que había caído Saigón; de inmediato se nos confirmó la noticia; aquello fue la locura: nos abrazábamos todos, cubanos y vietnamitas, nos felicitábamos, parecía que éramos nosotros quienes habíamos entrado a Saigón; hubo lágrimas, risas, vivas a Ho Chi Minh y a Vietnam, óigame, periodista, ¡qué recuerdo tan lindo!, me parece que fue ayer, pero han pasado 41 años”.
“En estos días he visto algunos reportajes que ha hecho la televisión cubana en Vietnam. Me alegro muchísimo de lo que han progresado; ellos lo merecen porque son muy valientes, y son trabajadores, solidarios y humildes; el mundo tiene que aprender de ese pueblo, se levantó de sus cenizas; un pueblo capaz de semejante proeza merece todas las victorias; me gustaría visitarlos de nuevo”.
Como internacionalista, Rodrigo tuvo otras dos experiencias, una en Libia y otra en Angola, en todas se aprende, confiesa, “pero a mí la de Vietnam me marcó para siempre, admiro a los vietnamitas y admiro las relaciones entre Cuba y Vietnam. Y una vez más le doy gracias a Fidel, que me dio la oportunidad de poner un granito de arena en esa bella amistad”.