La encantadora majestad de una «S»

Por José Llamos Camejo *, periodista cubano

No quedaba espacio en la animada acera de la capital vietnamita donde nos extasiamos el 21 de octubre último, día de nuestro arribo. El reloj marcaba las tres de la tarde. Un inmueble antiguo, de techo encorvado, con remates en forma de picos, me robó la mirada. A lo lejos sobresalía un corpulento edificio, el que también acaparó por un rato mi atención.

«Las construcciones aquí se levantan muy rápido, comentaba después una compatriota que trabaja en aquella nación. Construyen con mucha eficiencia; donde hoy tú ves un espacio vacío, semanas más tarde puedes encontrar un edificio precioso, terminado hasta en sus detalles más insignificantes. Le imprimen celeridad y rigor a todo lo que hacen, ya sea un puente, una carretera, un ferrocarril, cualquier obra».

Cuando íbamos del aeropuerto al hotel estaba ya desahogada la ancha y bellísima arteria que nos dio paso. El recorrido fue un verdadero disfrute; los ojos de Angélica Paredes y Bárbara Doval, dos colegas a las que acompañé en el viaje, parecían cámaras fotográficas emplazadas en el interior del vehículo. A lo lejos, los edificios rozaban las nubes, parecían acuarelas de una mañana sin sol; bonito contraste. El paisaje nos rescató del cansancio de casi 25 horas de viaje.

Cualquier punto de la geografía vietnamita irradia señales de un país en ascenso vertiginoso. Una infraestructura vial confortable, parques industriales en expansión, fábricas, mercados, inmuebles centenarios y edificios que amenazan el cielo, lo moderno y lo antiguo en equilibrio perfecto, una cultura ancestral que la modernidad no ha podido barrer, Ho Chi Minh desde la memoria: «la raíz hace sólido al árbol».

Una y otra vez traté de usurpar con el lente algunos trozos de aquella insólita realidad que desfilaba ante nuestros ojos, pero con el vehículo en marcha pude lograr muy poco. Mi dispositivo no registra los sentimientos, no capta el aroma exquisito que exhalan los restaurantes, ni la mezcla de folclor y modernidad que es Vietnam, con su gente y sus tradiciones.

A las cinco de la tarde es una aventura caminar las ciudades de Vietnam. A esa hora las calles se convierten en ríos de motos y autos, y hay que sincronizar oídos, miradas y piernas para buscar la otra acera… «Antes de venir debieron entrenarse en el cruce de 23 y L», sugirió sonriente Hoa Ly, una joven que en 2013 concluyó sus estudios de Periodismo en la Universidad de La Habana y que nos acompañó en el recorrido por su hermoso país. «Apúrense, José, Angélica, Bárbara. Rápido, vamos…». Y se lanzó con la pericia de un salvavidas en mar encrespado. Llegamos ilesos.

«A Cuba la llevo en el corazón», confesó al día siguiente la joven, entre orgullosa y nostálgica. Había añoranza en su voz. Cuando evocó a la Isla, los ojos le brillaron y la mirada se perdió en el horizonte, como si intentara surcar la distancia. Llegó a nuestro país en el 2008, por recomendación de su padre. «Vete a Cuba, hija, creo que será lo mejor para ti», relató, mientras el vehículo volaba sobre una carretera impecable, camino a Ninh Binh, provincia que la naturaleza adornó con maña de artista, 95 kilómetros al norte de Hanoi.

 

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El conjunto paisajístico de Ninh Binh clasifica entre lo más atractivo de la geografía vietnamita (*)

Hoa permaneció cinco años en Cuba, conoció a nuestro pueblo, admiró sus valores, cultivó amistad y cariño, sintió la fuerza de los ciclones tropicales y el embate de un huracán del norte.

La historia de esta muchacha es la de miles de jóvenes formados en la Isla. Regresan a sus países con Cuba en las venas y los amigos en la memoria. No pueden evitar la nostalgia. Así le ocurrió a Dao con Angélica Paredes. Hacía 20 años la cubana y la vietnamita habían bajado la Escalinata de la Universidad de La Habana llevando en sus manos el diploma de periodista y en el corazón un mundo de sueños; desde entonces se debían el abrazo.

¿Intuición o capricho?

Allí, en el sudeste de Asia, en una sinuosa y accidentada faja de 331 688 kilómetros cuadrados, en la que abundan sabanas, deltas, montañas cubiertas de bosques, surcada por valles y depresiones, está la patria de Ho Chi Minh, acurrucada de norte a sur frente al mar de China meridional. Vietnam semeja una S a relieve, cincelada, tal vez por capricho de la madre natura, para tatuar al planeta con la inicial de la solidaridad y la simpatía, términos que dibujan el alma y el espíritu vietnamitas.

Cuatro décadas después de concluida la última de tres guerras contra la ocupación extranjera, Vietnam alecciona. En 1986 emprendió la renovación, bajo la guía de su Partido Comunista. Los cambios promovidos con ese proceso —fruto de un pensamiento renovador y no de influencias «perestroikianas» foráneas, como creían algunos— propiciaron el asombroso despegue de su economía.

  De ese empuje da cuenta su PIB: crece a un ritmo promedio anual cercano al siete por ciento desde 1993, aunque registró un 5,98 por ciento en 2014, cuando sus exportaciones subieron en 13,6 por ciento en relación con el año anterior, con un superávit de 8 870 millones de dólares. Vietnam figura entre los países de mejor desempeño económico, en un planeta que deambula entre crisis.

La administración estatal, las cooperativas, empresas mixtas y negocios privados encajan en un modelo que asimiló las dinámicas del mercado y que procura distribuir las riquezas, cada vez con mayor justicia.

Términos como equidad, seguridad alimentaria, agricultura, productos acuáticos, confecciones textiles, manufactura, calzados, telefonía móvil y equipos informáticos y electrónicos, entre otros, se reiteran en los análisis de estrategas y autoridades vietnamitas, que miran al futuro con las manos en el timón del país y los pies en el acelerador de la economía.

Hacia lo interno promueven la reestructuración de las empresas, la renovación tecnológica, la cooperación intersectorial, una mayor eficiencia en la cadena global de producción y distribución, y el incremento de la capacidad y competitividad de sus producciones.

La tasa de pobreza disminuyó aceleradamente, del 58 por ciento en 1993 al 7,6 en 2013. En ese período 30 millones de vietnamitas salieron del infortunio, dos millones y medio —fundamentalmente niños— recibieron asistencia social; el desempleo bajó a límites ínfimos y mejoraron los índices de escolaridad y salud.

Abarrotados de productos y consumidores encontramos al emblemático mercado Dong Ba, en la ciudad de Hue, y a otros que pudimos ver en Hanoi. La familia vietnamita ha visto crecer su ingreso per cápita. Esta prefiere los artículos nacionales, confirmó una autoridad del país, tras anunciar el «nuevo modelo de expansión económica basado en las innovaciones tecnológicas y la materia gris», en busca del «desarrollo rápido y sostenible» que exige «mejorar la capacidad productora y extender los beneficios a toda la población», pues «la clave para el nuevo período será el impulso a la demanda doméstica».

 

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En las ciudades vietnamitas abundan los edificios modernos, expresión de los avances que en poco tiempo ha alcanzado este país asiático (*)

 

El Gobierno acomete proyectos sociales como el de Apoyo a la eliminación sostenible de la pobreza, el de Desarrollo socioeconómico en comunas étnicas y montañosas y, de conjunto con la Unicef, el Programa para la protección de la infancia, iniciativa que busca reducir la cifra de niños con necesidades especiales, reforzarles la asistencia y perfeccionar su rehabilitación.

«No hay experimento sin riesgos, pero ni el Gobierno ni el pueblo se cruzan de brazos», me dijo un colega en Vietnam, sin ocultar el orgullo por los éxitos de su patria.

Y entonces hablaba de retos. La corrupción y las diferencias sociales tratan de escurrirse entre los poros de una economía de mercado orientada hacia el socialismo. Los vietnamitas intentan evitarlo sin tapar esos orificios —el cuerpo económico del país no puede vivir sin poros, necesita el antídoto que buscan las autoridades—. Tal desafío moviliza toda la capacidad, sensibilidad y eficiencia que ha demostrado el Gobierno.

Camino a Hue

Me pareció estar viendo un espejismo, de esos que solo pueden crear los sentidos. Lucía tan agraciada, tan presumida…, pero era verídica; había florecido tras una puja heroica. Hablo de Hue, la ciudad imperial situada a 540 kilómetros al sur de Hanoi, en el centro del país.

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El río Perfume, con su majestad, forma un contraste espectacular con la ciudad imperial de Hue.

Asiento de antiguas cortes imperiales, plaza de 13 reyes asociados a la dinastía Nguyen y capital vietnamita hasta 1945, Hue parece una reliquia ancestral. Con el mismo nombre desde la primera mitad del siglo XV, «conserva una arquitectura vernácula y un conjunto monumentario declarado Patrimonio de la Humanidad», apuntó Duong Phuoc Thu, vicepresidente de la Delegación de periodistas de Vietnam en Thua Thien Hue.

Empezamos a recorrer la ciudad, y al mismo tiempo, la ciudad hurgaba en nuestras memorias. Con el desfile de «casas bien hechas, de palacios de madera, puentes, árboles y faroles», regresaban vivencias de la niñez. Me parecían familiares las sonrisas afables, la forma en que nos miraban aquellos «ojos de almendras, las pagodas con calles de estatuas, columnas y lagos en los patios, la música extraña —bellísima— de clarín y de violinete» que escuchamos la noche anterior en un hermoso espectáculo. Eran páginas, imágenes fugitivas de La Edad de Oro, que merodeaban por aquella ciudad, por Ninh Binh, Hanoi, por todo Vietnam, recreándonos los sentidos. Reeditábamos Un paseo por la tierra de los anamitas.

«¡Qué linda, es una postal, mira eso!», exclamó Angélica, en el piso 12 de un hotel en Hue. Desde allí pude ver el río Sóng Huróng o Perfume —único invasor que toleran los lugareños—, explorando los interiores de Hue. ¡Qué fiesta! Es el romance  entre la serpiente y la centenaria ciudad, que guarda leyendas antiquísimas y epopeyas recientes.

Durante la intervención militar estadounidense, Hue resultó blanco de la metralla enemiga y hueso durísimo que melló las garras del agresor. Sus calles e inmuebles guardan vestigios de la barbarie.

En la memoria de sus habitantes permanece el arrojo de quienes defendieron la ciudad y de los que peleando por ella perdieron la vida. Los daños al patrimonio fueron espantosos, y colosal el esfuerzo para restaurarlos. Hue pudo levantarse.

Buscando el tesoro

Las paredes del bosque lucían impenetrables, mi cámara insistía con terquedad. Mientras el carro forcejeaba con la loma, desplegué todo el alcance del lente, mas no logré perforar la infinita cortina verde. Aunque el paisaje me hizo recordar a Ninh Binh, los pinares y la serpiente de asfalto que se interna en la selva, llevando a cuestas la expedición, me trasladaron a La Farola, esa maravilla que comunica a Baracoa con el resto de Cuba. Íbamos por un tesoro.

Disimuladas entre los montes, a orillas del río Perfume, se levantan las tumbas reales, antiguos palacios de la dinastía Nguyen, construidos según las reglas geománticas (analizaban la tierra, el viento, el agua, las montañas y la existencia de algún canal subterráneo que les permitiera comunicarse con la energía del dragón). Los propios monarcas dispusieron la construcción para garantizar su comodidad de ultratumba.

Pendiente y vehículo persistían en su porfía, mientras yo imaginaba a Tu Duc asombrado al desandar estos predios y hasta me parecía ver la perplejidad de Minh Manh y del resto de los monarcas. Por algo escogieron estos parajes para el descanso y la vida eterna. No hay que ser geomántico para saber dónde está el paraíso, basta con llegar hasta aquí: colinas, monumentos, arroyos, el aire purísimo, los bosques estupendos y una montaña de leyendas y enigmas, explican el encanto de los alrededores de Hue.

El encuentro con Minh Mang y Tu Duc

Minh Mang diseñó una lujosa heredad rodeada de árboles y colinas, con 35 elementos entre edificios, pabellones, palacios, terrazas, puentes y canales. Mas, no pudo erigirla en los 21 años de su reinado. Cuando el inmueble se construyó, el soberano había muerto. Su cuerpo descansa en este lugar majestuoso, visitado por miles de turistas. «¡Qué vista, que originalidad!», le escuché decir a una colombiana, mientras otra voz de acento argentino lo identificaba como «el edén en una colina». Para ingresar en el paraíso no hace falta subir al cielo, basta con escalar la montaña.

Minutos después, irrumpimos en el mausoleo de Tu Duc, entre un enjambre de cámaras y turistas. Es el más visitado de todos. Los arquitectos derrocharon ingenio y buen gusto en esa obra monumental disimulada en el corazón de la selva. En tres años y en 12 hectáreas, erigieron el medio centenar de edificios que integran el conjunto arquitectónico, decorado y distribuido con gusto impecable para deleite del emperador, que permaneció 35 años en el trono.

«Dicen que hay un tesoro oculto alrededor de la tumba, cerca de aquí». El rumor estalló en los labios de la guía de palacio, rodeada de turistas que parecían estatuas. «El cuerpo del rey permanece junto al botín», agregó la joven.

Un soplo de misterio perturbó mi respiración mientras escuchaba el relato; la leyenda flotaba en el aire: que si el espíritu del monarca vigila el trofeo, que si nadie podrá encontrarlo jamás… ¿No será una metáfora?, ¿no será un artificio del propio Tu Duc para despistar a nativos y a forasteros?, me pregunté. Quizá el emperador tema perder sus dominios o sienta celos de tantos ojos admirando este patrimonio. Su majestad sospecha que el gran tesoro de este lugar está a la vista de todos y sabe que lo esculpió la naturaleza.

«Una bendición, ¡qué belleza!», dice un español, recostado a la baranda del puente sobre el lago artificial del mausoleo, uno de los muchos encantos que convierten a Hue en escenario estratégico para la administración vietnamita, empeñada en recibir a partir de 2020 nueve millones de turistas cada año.

No estamos en primavera, pero la selva muestra su encanto. La naturaleza en Vietnam es desafiante y hermosa, como el espíritu de su pueblo. Medio siglo después de que perdió más del 13 por ciento de su floresta, la quinta parte de los bosques del sur, un tercio de los manglares de la región y extensas plantaciones de arroz y de otros cultivos, todos destruidos por el agente naranja.

Allí, donde la vida agonizó bajo la metralla, hoy se yergue diversa y alucinante. Cuando las bombas llovían sobre el suelo vietnamita, Ho Chi Minh lanzó una premonición: «Mientras existan ríos y montañas, mientras queden hombres, vencido el agresor yanqui construiremos un Vietnam diez veces más hermoso».

La historia vietnamita transitó los caminos de sus montañas y fluye en la solemnidad de sus ríos, que son como venas de la nación. Vietnam gesta nuevas victorias con sus casi 90 millones de habitantes, la mayoría menores de 35 años, mezcla de compromiso, talento y vigor para encarar el futuro; es lo hermoso del país indochino.

Hermanados

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La delegación de la Unión de Perioristas Cubanos en una sesión de trabajo con dirigentes de la Radio La Voz de Vietnam

Hubo encuentros formales y ocasionales durante la visita de una delegación de la Unión de Periodistas de Cuba al hermano país indochino, y el mensaje se deslizaba siempre, de distintas maneras. Con la mano extendida y una amplia sonrisa, nos recibió el Ministro de Información y Comunicaciones, Nguyen Bac Son. Fue saludándonos uno por uno, cuando lo tuve enfrente sentí el afecto cercano de un amigo sincero, quien rubricaba con cada gesto «el compromiso de Vietnam con la causa de Cuba».

«La amistad entre nuestros pueblos es cada vez más profunda, tenemos propósitos e intereses comunes, y un enemigo común, entonces debemos seguir cada vez más unidos», comentaba Nguyen The Ky, jefe de una sesión del Comité Central del Partido Comunista de Vietnam, durante un cálido encuentro, que concluyó con un intercambio de fotos del Comandante en Jefe con dirigentes vietnamitas.

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JUAN D.

El contraste entre el paisaje natural de belleza tan grande, que es capaz de dejar atónito al que le contempla, sus ciudades antiguas y los edificios modernos, al nivel de los más avanzados,... Más

lisvan lescaile

Excelente país, excelentes personas, magnificas crónicas las de este periodista cubano

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