Por José Llamos Camejo (del libro Un guerrillero antillano en el paralelo 17)
Fotos:Tuan Anh y archivo
Obedeciendo más al apremio del reloj que al sentido común, y sin darle mucha importancia a las bravatas de la madre natura, salimos al encuentro del héroe: O lo entrevistábamos ahora o perderíamos el testimonio. Con la agenda llena, y casi nada de tiempo, sólo quedaba una opción: desafiar la amenaza.
Después de tres jornadas sin pistas del astro rey, y en medio de un día tempestuoso, no suponíamos que minutos después el “sol” irrumpiría de la extraña manera que lo hizo: al estilo de una lámpara sometida a su interruptor. Pero en este caso el “interruptor” sería un nombre. Bastaría pronunciarlo para que se hiciera la luz, como en reacción enigmática, provocada quien sabe por qué misterioso poder.
Tuan Anh y yo llagamos al sitio indicado, y ya bajo techo, nos creímos a salvo de los truenos. Durante el trayecto, a mi colega y traductor vietnamita, y a mí, nos pareció algo rara la ausencia de relámpagos en el cielo brumoso.
Nguyen Chi Phi cuando recibió la noticia de la muerte del Comandante Fidel |
Desde muy temprano, la mañana advirtió de su mal humor en la región central de Vietnam. Antes de que el reloj marcara las nueve, ya la atmósfera estaba repleta de humedad, con un amasijo de nubes plomizas cubriéndolo todo, oscureciéndolo todo, amagando con arrojarse desaforadas sobre Dong Ha, la capital de Quang Tri.
En el centro de la urbe, a un costado de la calle identificada con el nombre de Le Quy Dom, comparten espacios el hogar y la tienda de vestidos de novia, propiedad de mi entrevistado. Cuando llegamos al sitio, ya la ciudad recibía la descarga del cielo. Hubo que correr desde el vehículo hasta la puerta.
Adentro, vestido de civil, sentado, firme como un militar, esperaba un hombre de estatura mediana, ojos minúsculos e historia descomunal. La cabellera tupida y sin atisbo de canas no encubre su edad, porque los párpados, las estrías que lleva en la frente, y el cansancio de la mirada, delatan el rigor con que Nguyen Chi Phi ha vivido su larga existencia.
Casi no acabó de escuchar la primera pregunta. Reaccionó como un rayo.
-Señor, no puedo dar entrevistas.
Un trueno articulado en cinco palabras había detonado en los labios del anfitrión. Mas, no había rechazo, sino impotencia en aquella voz estridente; él quería satisfacer nuestra solicitud, y no encontraba el modo hacerlo. Tuan Anh, que estaba a su lado, me miró como diciéndome: “te lo advertí”. En realidad el colega anamita me había alertado previamente de esa posibilidad, y me explicó las razones; eran lógicas; pero yo dejé que me arrastrara el instinto. Ahora meditaba sobre el error, cuándo Chi Phi descargó otra retahíla de “truenos” verbales, de las tantas que escuchamos a quemarropa, durante la conversación.
-Yo combatí contra los invasores, sí, pero ya tengo ochenta y seis años; estoy enfermo; no oigo ni recuerdo nada, ¡nada!, ¿usted comprende?
Asentí con la cabeza. El veterano me despertaba una mezcla de compasión y admiración a la vez. Durante más de una década empuñó el fusil contra los agresores estadounidenses. Mucho antes de asumir como Jefe de la Comisaría Política de Quang Tri, comandó un destacamento de tropas especiales, de esas que devinieron la pesadilla de las fuerzas élites de los Estados Unidos.
Entre las hazañas militares que realizaron los patriotas vietnamitas, durante esa dura contienda, el asalto a la Colina 241 -identificada como Base “Carroll” por los norteamericanos- es una de las más renombradas. Y en ella estuvo Chi Phi, al frente de sus guerreros.
“Carroll” era un enclave estratégico de primer orden. Desde esa cota los ocupantes garantizaban el dominio total del entorno. En una vastísima extensión de terreno circundante, quien asomara la nariz era blanco de las armas gringas. Los yanquis emplazaron allí lo más selecto de su maquinaria bélica.
“Reina de la artillería”. Con ese nombre los invasores y sus títeres bautizaron a la Colina 241. Era una posición impenetrable, pensaban ellos; un razonamiento que no era del todo infundado. La potencia de fuego congregada en la base, las ventajas que su ubicación le otorgaba, junto a las minas sembradas en el perímetro, y las nueve alambradas en forma de anillos, que la protegían, hicieron de ella una fortaleza casi inaccesible.
Morteros, cañones y otras muchas piezas de artillería de los más diversos calibres, en manos del Regimiento 56 del Ejército de Saigón -cuerpo élite, bien entrenado y asesorado por sus mentores de Norteamérica-, además de otras bases ubicadas en elevaciones cercanas, alimentaron entre los invasores la sensación de que eran inalcanzables.
Y como dioses, ignoraban -o subestimaban, tal vez- la osadía de los integrantes del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur, quienes, el 30 de marzo de 1972, iniciaron el asedio a la base “Carroll”.
A pesar de la encarnizada resistencia inicial, las unidades de artillería E38 y E68, y la 24 de infantería -todas pertenecientes a la División 304 del Frente Popular de Liberación de Vietnam del sur- estrecharon el cerco a la base enemiga. Cortaron las vías de acceso, para evitar que el enemigo recibiera refuerzos.
Y fue así como, el dos de abril, los defensores de la Colina 241 se rindieron de manera incondicional. Ese día la “reina…” perdió su corona; se desmoronaba el mito de la invencibilidad de las armas made in USA, y del ejército títere saigonés llegaba al clímax de la desmoralización.
“Fidel vive, llévele este abrazo”, dijo Chi Phi. |
Tal fue la proeza en la que Nguyen Chi Phi tuvo participación, a la vanguardia de a sus audaces soldados. Pensando en ese episodio recordé una frase de José Martí, que parece inspirada en algún personaje como el que tengo delante: “¡Qué hombres esos que han vivido ochenta años!... se les ve como a titanes. ¡La vida llevaron a cuestas, y la sacaron a la orilla!”.
La soberanía de Vietnam fue un alumbramiento hermoso y desgarrador; el parto con el que Eva -según la biblia- empezó a poblar nuestro mundo, no pudo ser más doloroso que la contienda bélica en la pequeña nación del sudeste asiático. Derrotar a los gringos costó más de dos millones y medio de vidas vietnamitas, y una cifra superior de víctimas, entre huérfanos, viudas, y mutilados.
Una guerra monstruosa, que también condenó alrededor de un millón de seres humanos a nacer y vivir con malformaciones congénitas, producto del agente naranja, y enlutó a más de 56 mil madres norteamericanas, víctimas, como sus hijos, de la brutal arremetida de su gobierno.
¿Serán secuelas de aquella tragedia, la sordera y la amnesia de Nguyen Chi, Pi, o será simplemente su edad? No lo sé. Pero el soldado que enfrentó a la maquinaria bélica más poderosa y moderna de su época, el que se llenó de gloria durante el asalto a la Colina 241, tiene la memoria como el paisaje de su ciudad bajo el aguacero: borrosa, desvanecida.
Mas, el corazón de Chi Phi sí funciona bien; y nosotros, en un último intento, tratamos de abrir ese corazón, porque tal vez es allí donde este héroe guarda sus mejores recuerdos. Tuan Anh se pegó al oído del veterano, como quien trata decir un secreto. En realidad le traducía mis palabras en un tono que podía escuchársele a más de diez metros de distancia.
- Señor, yo vine para que usted me hable de su encuentro con Fidel Castro.
-¿De qué?
-De cómo usted conoció a Fidel
-¿A quién?
-A Fidel Castro
-¿Al Comandante Fidel?
-Sí. Me han dicho que usted es uno de los combatientes a los que el Comandante Fidel les estrechó la mano en la Colina 241.
- ¡Aaah! (SONRIE)
Y en ese instante, después de tres días de invernal estancia en Vietnam, vi el sol por primera vez: asomó como un duende, en los ojos de Nguyen Chi Phi, que movía la cabeza como evocando algo, hasta que repitió una palabra: “!Fidel!”. ¿Cuál será el misterio de ese nombre, que le devuelve la lucidez a un desmemoriado?
Chi Phi lo escuchó, y en cuestión de segundos era otro. La tarde del 15 de septiembre de 1973 volvió a él. A la estridencia derivada de su trastorno auditivo, ahora la voz del anciano sumaba un entusiasmo que también regresó desde 44 años atrás. Entonces empezó a “tronar” sus vivencias del encuentro con el líder histórico de la Revolución Cubana, sin que de nuestra parte mediaran preguntas; así traté de evitar que las ideas se les disociaran.
“Yo no me encontraba en la Colina 241 el día de la visita del Comandante, sino en la base de entrenamiento. Allá fueron a buscarme en un coche, y me informaron que de inmediato debía asistir a un mitin”.
“Al llegar encontré Fidel; ¡que sorpresa!. Él estaba sobre una plataforma, junto a Pham Van Dong, y saludaba así” (MUEVE DE UN LADO A OTRO SU MANO DERECHA, ABIERTA Y COLOCADA EN POSICIÓN VERTICAL) “Abajo la muchedumbre estaba enardecida”.
Dice Chi Phi que Fidel sonreía y elogiaba a los combatientes de Quang Tri, y a los de la de la Colina 241, por sus proezas. “Decía ¡qué ejército, qué tropa, qué combatientes, cuántos héroes extraordinarios, ustedes son muy bravos y audaces! Nos dijo que nuestro ejército no podría ser derrotado, y que el encuentro era un honor para él. Pero en verdad el honor era para nosotros”.
“Fidel se veía asombrado por lo rápido que pudimos destruir las fortificaciones enemigas y tomar la Colina 241. Él estaba seguro de que los yanquis nunca pensaron que nosotros los íbamos a derrotar en esa altura. Y en ese momento anunció que pronto obtendríamos el triunfo final. Él tenía la razón, porque así mismo ocurrió”.
Mi interlocutor recuerda que el Comandante comparó al futuro de su país con el sol; también que agradeció el gesto de los combatientes de Quang Tri, quienes ese mismo día le regalaron un tanque M-48, arrebatado a las tropas enemigas en un combate; “él dijo que en Cuba estudiarían la mejor forma de destruir tanques como aquel, y que también aprenderían nuestras tácticas de guerra. Nosotros reíamos y aplaudíamos”.
Cuenta Chi Phi que después el líder cubano tomó en sus manos la bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur, “la movió de un lado a otro y nos exhortó a que la colocáramos en Saigón, tal como se hizo en 1975.”
“Al terminar su discurso, Fidel nos dio la mano; yo me emocioné mucho en ese estrechón; fue muy estimulante. En un momento crítico de Quang Tri, él llegó desde Cuba dispuesto a ir con nosotros al campo de batalla; eso nos conmovió, recuerdo que comentábamos su valor, su amistad y cordialidad, y su impresionante estatura”.
“Después de aquella visita, en una ocasión se me designó para viajar a Cuba, pero tuve dificultades en ese momento y no pude hacerlo; lo lamenté mucho, me quedé con el deseo de conocer a esa isla tan querida. Siento un respeto y un cariño profundo por Fidel y por su país; le agradezco su amor por Vietnam”.
- ¿Y cómo recibió la noticia de la muerte de Fidel Castro?
- ¿De qué?
- De la muerte de Fidel Castro
-¿Que Fidel Castro murió?...
-Así es, señor. El Comandante en Jefe falleció en la noche del 25 de noviembre último.
El tiempo se detuvo en el interior de la tienda. El sol desapareció en la mirada de Chi Phi. Las nubes plomizas que cubrían la ciudad, invadieron el rostro del anciano, que enmudeció por unos segundos. Tuan Anh y yo cruzamos una mirada indecisa. La repentina tristeza de Chi Phi, nos petrificó. Me sentí culpable.
Ignoro cuánto tiempo permaneció el héroe en aquel estado. Nosotros retiramos las grabadoras, mientras él continuó cabizbajo y ausente; sin hablar, sin pestañear, casi sin respirar. Después alzó la cabeza y me miró fijo.
-¿Quién dijo que el Comandante murió?
No respondí; medité. En aquella pregunta había una sutil agudeza. El rostro del hombre había comenzado a iluminarse de nuevo. Chi Phi se puso de pie, avanzó hacia mí con los brazos abiertos, y acabé convertido en su mensajero. De vuelta la lucidez, parecía pagarle la deuda de años, con una frase: “Fidel vive, llévele este abrazo”.
(CONTINUARÁ)