Por José Llamos Camejo (del libro Un guerrillero antillano en el paralelo 17)
Fotos: Tuan Anh y archivo
Cuando el primer ministro de Vietnam le dijo que no habría excusa para ningún desliz en la protección de su homólogo cubano, a Nguyen Manh Thoa asumió la advertencia como una distinción que Pham Van Dong le colocaba en el pecho. “Él me lo dijo sonriente y en un tono más bien familiar”, pero yo sé que él y la totalidad de los líderes vietnamitas estaban muy preocupados por el Comandante”, recuerda Manh Thoa.
Pleno de lucidez, Nguyen Manh Thoa relata pasajes de sus encuentros con Fidel.
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Pham Van Dong había llegado al lugar, procedente de Quang Binh, acompañando al dirigente cubano. Estaban en el punto limítrofe con la recién liberada Quang Tri, donde los esperaba el alto mando del Gobierno Provisional de Vietnam del Sur.
El único detalle que Manh Thoa no logró precisar fue el momento exacto en que recibió la comunicación de que asumiría como jefe de un comando encargado de proteger a Fidel durante su histórica visita a Quang Tri, iniciada el 15 de septiembre de 1973. Precisamente en ese lugar comenzaba el segmento más peligroso de aquel periplo.
Difícil encargo el de la dirección vietnamita: en una tierra henchida de héroes elegir a un grupo de sus más experimentados, audaces y versátiles combatientes, a quienes les orientó adoptar previamente, cuantas medidas de seguridad fueran necesarias para garantizar la seguridad del líder cubano, y permanecer vigilantes cerca de él en su recorrido por la asediada provincia.
Para situar a Nguyen Manh Thoa frente a un grupo tan selecto, y confiarle tan delicada tarea, seguramente el mando superior tuvo en cuenta la impresionante hoja de servicios de este hombre; su fidelidad a toda prueba; su aplomo; el conocimiento que tenía del terreno; su olfato para detectar el peligro; su capacidad para salir de grandes encrucijadas.
Thoa, que entonces había cumplido 47 años, desarrolló esas facultades en su larga vida de guerrillero. Batallas sucesivas frente a los ejércitos de dos potencias occidentales lo habían preparado para las más complicadas empresas; dicen que era extraordinario como soldado, y magnífico como jefe.
Cuando terminó la espantosa guerra que desataron los gringos en el pequeño país del sudeste asiático, y que puso fin a la ocupación norteamericana y a la división artificial -igualmente impuesta- en la patria de Ho Chi Minh, Nguyen Manh Thoa pasó a desempeñar otras responsabilidades en el ejército vietnamita.
Fue vicecomandante de Tropas Guardafronteras, desde 1982 hasta 1988 -su última misión como militar activo. Luego pasó al retiro. Terminó con los grados de mayor general, un rosario de medallas adornándole el pecho, el respeto de sus amigos y compañeros de lucha, y la permanente gratitud de su pueblo.
¿Será que José Martí –ese veedor del futuro– vislumbró al Manh Thoa victorioso después de tantas batallas?; ¿será que no se conformó con venerarlo en silencio?: “Es glorioso, y da anhelos de gloria, un anciano que ha vivido bravamente”.[1]
El líder cubano, en busca de la Colina 241.
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A los noventa y dos años, mi interlocutor conserva la jovialidad de un adolescente. Hablar con él fue una fiesta, a pesar de las intermitencias del diálogo, ocasionadas por las frecuentes sonrisas. Porque, salvo el momento de evocar el impacto que le produjo el deceso del líder cubano, Nguyen Manh Thoa sonreía a menudo y con ganas, sin extraviar la conversación, porque conserva una memoria asombrosa.
Narró vivencias del recorrido de Fidel por territorios entonces recién liberados de Vietnam del sur –primer y único mandatario extranjero que lo hizo–; habló de la sencillez y del humanismo del Comandante, y de otros encuentros que sostuvo con él en Cuba, después de aquella visita, que fue memorable, pero insólita por los riesgos que implicó para el visitante en un escenario tan peligroso.
—Temor no sentí, el riesgo era parte de mi vida en esa etapa; corríamos riesgos todos los días; ya estábamos acostumbrados. Pero la responsabilidad de cuidar a Fidel nos puso tensos a mis compañeros y a mí.
— Aquella era una tarea delicada. El Comandante había llegado a un lugar de mucho cuidado. En aquel momento Quang Tri era el sitio más peligroso de la región; las tensiones eran inevitables. Estábamos preocupados por Fidel, pero él se veía relajado. Antes de cruzar el río Nhat Le, en una balsa, Pham Van Dong le comentó que empezaba el trayecto más peligroso del recorrido.
— ¿Y qué le respondió el Comandante?
— Dijo, “avanzamos”. Esa fue su respuesta. Realmente Fidel no se detenía ante el peligro. Ese ejemplo de audacia ayudó a educar a nuestros soldados; ellos se inspiraban en el gesto de aquel hombre que viajó desde el otro hemisferio hasta aquí, dispuesto a batallar para defendernos
“Después de cruzar el puente ambulante, el primer ministro Pham Van Dong nos llamó de nuevo para elogiarnos; dijo que éramos un grupo muy bueno, muy calificado”.
— ¿Allí se alivió su tensión?
— Por un corto tiempo. En aquellas circunstancias las tensiones eran recurrentes. Ya habíamos rebasado el puente cuando explotó una de las granadas esparcidas por las bombas de racimo lanzadas en la zona, por aviones yanquis.
— ¿Y escucharon el estallido?
- Sí, ya muy cerca del sitio donde se produjo; a cuatrocientos metros, más o menos.
— ¿No hubo sobresalto?
— Nos habíamos acostumbrado; en ese tiempo era un suceso bastante frecuente; lo que hicimos fue aproximarnos con cautela. Una joven, que parecía una niña, yacía herida severamente en una cuneta del lugar por donde pasaba la caravana. Fidel ordenó que nos detuviéramos, y dispuso que la atendieran y la trasladarán a un hospital.
“Había otros jóvenes con heridas de menor gravedad, que rápidamente fueron asistidas también por personal médico del líder cubano. El suceso nos impactó doblemente, porque al dolor de ver aquellas víctimas tan jóvenes, se unió la reacción emotiva del Comandante. Presencié una de las escenas más tristes que he visto en toda mi vida”.
Cuenta que ese día Fidel recorrió la ciudad de Dong Ha. “El Comandante se interesó mucho por la situación en que estaban los habitantes de la ciudad. Recuerdo que ese día nuestros combatientes le regalaron un Tanque de Guerra M 48, capturado al ejército norteamericano en el campo de batalla en Quang Tri. Fidel se puso contento”, recuerda.
El líder cubano también estuvo en Cam Ló y en la base Doc Mieu, antigua fortaleza de las fuerzas militares norteamericanas. “Fidel anduvo por casi todos los puntos que habían formado parte de las famosas Barreras Electrónicas de Macnamara, y que fue pulverizada por los patriotas nuestros”, dice Nguyen Manh Thoa. “Luego subió a la Colina 241 y arengó a los soldados”.
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A este amigo de Cuba, la victoria vietnamita y la reunificación de su país le abrieron la posibilidad de viajar al nuestro. “Permanecí tres años, como jefe de los expertos militares de Vietnam en la isla; sentí de cerca el cariño de los amigos cubanos, y me reencontré con el Comandante”.
— Y él lo reconoció.
— De inmediato. Vino a mí con una sonrisa y me abrazó. En esa etapa me reuní varias veces con él. Preguntaba los detalles de cada cosa relacionados con nuestra labor en la isla; de los resultados, de las deficiencias; se interesaba por todo.
“Eran intercambios muy sinceros. No había secretos entre nosotros. Vo Nguyen Giap y los demás líderes vietnamitas nos habían dado órdenes de esforzarnos al máximo por trasmitirles todas nuestras experiencias a los cubanos”.
“Fidel es un hombre excepcional; infinito, por más que uno cree conocerlo, siempre era capaz de sorprenderte”, opina Manh Thoa: “yo, por ejemplo, en un momento de mi estancia en Cuba, presencié otra prueba de la humildad de Fidel”.
— ¿En qué consistió?
— Él me invitó a una fiesta. Recuerdo que había que hacer una cola para coger la comida, y el Comandante respetó esa regla como uno más; hizo la cola para coger su comida. Yo lo observé sin decir nada, pero estaba perplejo; no es lo usual en alguien de su rango. Era un hombre increíble; muy sencillo. Esa cualidad hacía aún más admirable al Comandante.
— ¿Cuando usted recibió la noticia del fallecimiento de Fidel, en qué pensó?
— Para mí fue muy triste. Me pregunté cómo serían Cuba y América Latina sin Fidel. Estuve muy preocupado.
— ¿Ya se liberó de esa preocupación?
— Ha pasado el tiempo. Mi preocupación se ha aliviado; Fidel dejó mucho más que recuerdos. Su ejemplo es una enseñanza, un legado que su pueblo, Vietnam y el mundo cultivaremos. Tenemos un Fidel para siempre.
Nguyen Manh Thoa permaneció pensativo durante unos segundos, y luego regresó a la primera visita del dirigente cubano a Vietnam. “Fue un gran honor proteger al Comandante. Nos visitó cuando Cuba también enfrentaba muchas dificultades”.
“Jamás olvidaré aquella misión; la más peligrosa que recibí; o al menos la más importante que recuerdo en mi vida de soldado. La cumplí con honor junto a mis compañeros. Aunque hubiera sido más peligrosa la hubiéramos cumplido igual”.
Aún al veterano le brota el orgulloso, y recuerda la sonrisa y la mirada afectuosa del primer ministro de Vietnam cuando le confió la protección de Fidel. “Moriré si es preciso, antes de que le ocurra algo al Comandante”, le respondió Manh Thoa a Pham Van Dong. “Entonces Fidel, que también sonreía, me abrazó así, y me elogió; me dijo: ¡muy bien, eso está muy bien!”.
[1]. José Martí: Carta al director de La Opinión Nacional, Nueva York, 17 de febrero de 1882, t.14, p.396.
(CONTINUARÁ)