Profecías

(VOVWORLD) - Pese  al intento de hacerla retroceder a tiempos remotos, en Quang Tri palpita esa cualidad que Fidel elogió de los vietnamitas: un pueblo que ha aprendido a vencer todos los obstáculos, sin desanimarse, sin detenerse”.

Por José Llamos Camejo (del libro Un guerrillero antillano en el paralelo 17)   

Fotos: Tuan Anh y archivo

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El líder cubano observa un vehículo militar norteamericano, destruido por fuerzas vietnamitas en la batalla de Quang Tri.

Septiembre 15 de 1973. La caravana recorre la estratégica Carretera Número Uno, en dirección sureste, camino a Quang Tri. El disco solar, remontando una cordillera, centellea en el umbral del amanecer. Lo espantoso de la barbarie y la estatura del heroísmo se pueden ver en un mismo plano, bajo la señal luminosa en la que el “ardiente profeta de la aurora[1]” desentraña al futuro. El sol le ha arrebatado a Fidel una frase profética y metafórica, que revelará solo al final de esa tarde.

    Acompañado por su homólogo de Vietnam, el primer ministro de Cuba había salido esa madrugada desde la ciudad de Dong Hoi, cabecera provincial de Quang Binh. Allí comenzó la cuarta jornada de su primera incursión por suelo  vietnamita: “hemos recorrido más de veinte mil  kilómetros para llegar hasta aquí”, comentará horas más tarde. El día anterior, en Vinh Linh, el líder cubano advertía que la única manera de  comprender la magnitud del crimen cometido contra Vietnam, y apreciar en toda su dimensión el heroísmo de ese pueblo, era llegar hasta esa demarcación. “sentimos que los ojos del mundo entero no hayan tenido la oportunidad de ver las cosas que nosotros hemos visto”

    Kilómetros y kilómetros de devastación desfilaban ante la comitiva en su recorrido del 15 de septiembre de 1973, por aquel escenario, donde los combates habían registrado niveles insólitos de violencia. Se sabía que en suelo vietnamita, y particularmente en Quang Tri, la batalla había sido enconada.

    Aquellos parajes desolados parecían dominios del infierno. “Recorríamos extensiones de terreno que parecían interminables, sin ver otra cosa que no fueran casquillos de proyectiles de todos los calibres, cañones autopropulsados y vehículos de combates destruidos”, rememora el coronel Ariel Soler Muñoz, uno de los médicos cubanos integrados en la caravana.  Pero Fidel viendo aquel paisaje al mismo tiempo veía otro nuevo, distinto, que él venía delineando en su mente, mucho antes de arribar a Vietnam.                                                                                                                                  

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Otro encuentro de Fidel con combatientes del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur.

Sobre ese país nuevo,  el Comandante intercambiaba todo el tiempo con Pham Van Dong. Nguyen Dinh Bin, excanciller vietnamita, quien trabajó como intérprete de los dos dirigentes a lo largo del recorrido, comenta que  eran reiteradas las exhortaciones del primer ministro cubano a su homólogo vietnamita:

    “Observe aquí, compañero: esta área parece ideal para la ganadería; será conveniente obtener ejemplares de ganados adaptables a las condiciones del clima. Mire, tal vez aquel terreno sea bueno para criar aves ponedoras; el huevo es un alimento magnífico”.

    Fidel iba con el alma adherida al corazón de Vietnam: “pensando en los niños en los ancianos, en las víctimas del conflicto; preguntaba mucho por el aspecto psicológico de la guerra”, refiere Dinh Bin.

    En Quang Tri, el dirigente cubano visitó las que fueran líneas de defensas del enemigo en la base de Doc Mieu, salió a la Carretera Número Nueve y llegó al campo de fortificaciones, al oeste de la ciudad de Dong Ha, posiciones todas arrebatadas al enemigo.

   “Sobre el terreno pudimos percatarnos de las enormes victorias de las fuerzas populares de liberación de Vietnam del Sur. Una verdadera hazaña, que parece increíble se hubiera podido realizar frente al dominio aéreo y los bombardeos de la aviación yanki. Allí se puede apreciar la extraordinaria capacidad combativa de las fuerzas revolucionarias”, elogiaba Fidel.

    Meses antes, después de ochenta y un días de cañoneo incesante, Quang Tri quedó liberada, pero arrasada; nada parecía intacto, salvo el espíritu de las tropas, reforzado ahora con el optimismo del insurgente de verde olivo, que, desde el otro extremo del planeta, había  recorrido veinte mil kilómetros para palpar con sus propios ojos la magnitud del crimen.     

    Dong Ha era una ciudad fantasma, pero una, solo una de las tantas urbes reducidas a escombros en la nación vietnamita: “no quedó en pie una sola           vivienda, un solo edificio, una sola construcción, una sola escuela”, declaraba el líder cubano.

    A pocos kilómetros del lugar, desde la otra orilla del río Ben Hai, los cañones apuntaban hacia Quang Tri; de este lado las minas sin explotar disputaban espacios en los arrozales.   

    La muerte asechaba desde el aire y el mar, desde el cielo y el suelo; Vietnam  seguía en pie de guerra; y Fidel vaticinaba: “la victoria definitiva, la completa liberación de Vietnam del Sur y la unificación pacífica de la patria, será sencillamente cuestión de tiempo”, sentenció.

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A la izquierda, sobre el río Hiem Luong, el puente que separó artificialmente a Vietnam durante 25 años; otra reliquia histórica.  A la derecha, el puente moderno.

La tarde del quince de septiembre de 1973, casi se despedía, y el Comandante aún estaba en la Colina 241. Los rodeaba una multitud de soldados. Jóvenes que causaron pavor entre los invasores gringos y sus marionetas saigonesas, y que desataron una ola de admiración en el mundo entero, con su homérica arremetida para tomar aquella altura de gloria.

    Con la vista clavada en el horizonte, Fidel, que los arengaba entre aplausos, alzó la mirada por encima del desierto carbonizado que acababa de recorrer, y que ahora veía mejor desde lo alto. El orador permaneció en silencio durante breves segundos, y a su mente acudió otra vez la profecía silenciosa que le había inspirado ese día el sol del amanecer…

    En esa premonición Fidel vislumbraba a un país que ante otras miradas tal vez pudo parecer un sueño romántico. Mas, el optimismo del Comandante nacía del espíritu y de las capacidades mostradas por Vietnam en dos guerras sucesivas contra potencias occidentales. Él en su recorrido había visto el caudal que vaticinaba esa perspectiva del pueblo de Ho Chi Minh.    

    Una etapa nueva se gestada entre las mismas manos que hicieron la guerra: “esos combatientes heroicos y modestos, esos hombres y mujeres, esos niños que hemos encontrado a nuestro paso, fueron capaces de resistir sin doblegarse, de soportar todos los sufrimientos y sacrificios, sin desalentarse; supieron vivir durante años bajo tierra; supieron trabajar y combatir bajo las bombas. Un pueblo así es un pueblo invencible”, ponderó el Comandante.                                                                                                                         

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Una panorámica de lo que es hoy  la capital de Quang Tri. Al fondo, a lo lejos, los arrozales.

Por otra parte, más de cien mil niños recibieron educación en Vietnam, mientras se combatía. Los vietnamitas tuvieron el cuidado de encausar la preparación de ese sector estratégico,  en medio de la contienda bélica. Los refugios subterráneos se convirtieron en aulas. Fidel sabía que en cada uno de aquellos escolares descansaba buena parte del futuro de la nación indochina.

DONDE LOS AMANECERES NO SON APACIBLES

    El ajetreo se torna infinito en las primeras horas del día; entonces aparece otro elemento revelador del espíritu vietnamita: las sonrisas; sin ellas estaría incompleto el paisaje. Ya es presente aquel porvenir radiante que Fidel vislumbró en un amanecer de septiembre, asoma en cada sonrisa.

    Dong Ha regala una sinfonía fascinante. El silencio se rompe antes de las siete de la mañana, cuando las cuadrilla de autos y motos irrumpen en todos los ámbitos de la urbe, colmándola de una algarabía que se extenderá hasta el umbral de la noche, y de la que no escaparán ni los interiores de las viviendas y los edificios  –casi todos originales y confortables.

Construcciones en marcha, por doquier; escolares en pro de las aulas, hombres y mujeres en ir y venir agitado… En ese concierto Dong Ha vuelve a ser una, solo una de las tantas urbes signadas por el auge de un país que, en los ámbitos  social y económico reedita las hazañas de Dien Bien Phu, Saigón, y Quang Tri.

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Un tramo del malecón de la floreciente Dong Ha.

   Una economía creciente y estable; los más de treinta millones de personas arrebatadas a  la pobreza a partir de las décadas que sucedieron al Doi Moi (renovación), y el alza gradual del ingreso per cápita de la familia vietnamita, unidos a las mejoras en la calidad de la salud y la educación, bastarían para ilustrar la pujanza de la nación indochina.

    A pesar del intento de hacerla retroceder a tiempos remotos, en Quang Tri palpita esa cualidad que Fidel elogió de los vietnamitas: “un pueblo que ha aprendido a vencer todos los obstáculos, sin desanimarse, sin detenerse”. Tal vez lo único que el agente naranja no pudo dañarle ha sido el espíritu; el mismo que anteponen a las frecuentes embestidas del clima en esa región tropical.

    Lluvias intensas, tifones, desbordamientos de ríos, inundaciones y penetraciones del mar la golpean cada año; y en sus campos aún permanecen explosivos sin detonar, de esos que los invasores estadounidenses esparcieron por millones antes de irse derrotados. Pero Quang Tri no se detiene; crece.

    Cafetales espléndidos, arrozales copiosos, y vastísimas extensiones de terrenos poblados de caucho y pimienta, refuerzan la capacidad exportadora y le dan una formidable combinación de belleza paisajística y vigor económico a esa provincia de algo más de seiscientos mil habitantes. El turismo, el comercio y la industria, hacen notar también su presencia en los más de cuatro mil setecientos kilómetros cuadrados de territorio que ocupa “la tierra de acero”.

    Y como árboles robustos de raíces profundas, plantados con fusil y metralla, y abonados con sangre; en Quang Tri abundan las reliquias históricas: La Ruta Ho Chi Minh, la Carretera Nueve, el paralelo 17, el Puente Hien Luong, el Cementerio a los Mártires de Truong Son, los Túneles de Vinh Moc,... Herencias,  memoria; sabia del país que una mañana Fidel vislumbró frente al sol, en metafórica profecía anunciada más tarde desde la Colina 241: “El porvenir de Vietnam es tan radiante como el sol que nos saludaba al amanecer”.


[1] Calificativo tomado del poema Canto a Fidel, escrito en México por Ernesto Che Guevara, en 1956.

(CONTINUARÁ)

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