El pasado 17 de diciembre se cumplió un año del estallido de las convulsiones políticas en el Norte de África y Medio Oriente. Comenzando por Túnez, la ola de protestas y revueltas que varios medios de prensa denominaron la “Revolución Democrática” o “Primavera Árabe” se expandió a toda la región. Desde Túnez, Egipto, Yemen y Libia, hasta Siria experimentaron fuertes cambios y hasta el momento, la región sigue en caos, con insistentes actos violentos, una economía estancada y fuertes luchas por el poder.
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Nadie podía imaginar aquel 17 de diciembre de 2010 que la inmolación del joven comerciante ambulante Mohamed el Bouazizi, frustrado por la falta de futuro y en repudio al maltrato de autoridades locales, encendería la mecha de la dinamita social que desató las sublevaciones en el mundo árabe. Sus compatriotas en Sidi Bouzid, un pequeño pueblo agrícola en el centro de Túnez, se reconocieron en ese drama individual, por eso invadieron las calles para protestar contra el régimen, impotentes ante el estancamiento económico del país y la desenfrenada tasa de desempleo. Inmediatamente, los medios de comunicación nacionales y extranjeros tomaron parte en este proceso, apoyando las protestas y condicionando la opinión pública. El 30 de diciembre de 2010, el canal televisivo privado Nessma transmitió reportajes sobre las manifestaciones en Túnez y promovió debates sobre la necesidad de una transición democrática del poder. Las manifestaciones se convirtieron luego en motines que se expandieron por todo el territorio tunecino, con ataques contra las fuerzas gubernamentales. El empeoramiento en poco tiempo de la situación social y política de Túnez condujo a la salida del presidente Zine El Abidine Ben Ali, tras 23 años en el poder.
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Tunesinos manifiestan para reclamar la democracia y la renuncia de Zine El Abidine Ben Ali
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Se puede decir que este suceso estimuló los reclamos democráticos y las protestas contra el gobierno en varias naciones del Norte de África y del Medio Oriente, y propició la caída de los gobiernos autocráticos de Egipto y Yemen, con décadas en el poder. Mientras tanto, en Libia, considerado el capítulo más sombrío de la Revolución árabe, el dirigente Muammar Gaddafi fue capturado y ejecutado por las fuerzas antigubernamentales, que al final llegaron al poder con el fuerte apoyo militar de la Organización del Tratado Atlántico Norte. Por otra parte, el presidente sirio Basar al Assad lucha por garantizar la supervivencia de su gobierno frente el creciente descontento popular y las presiones externas. La oposición siria aplica un guión similar al de Libia, con el fin de ganarse la atención y la intervención de Occidente. La Liga Árabe aumenta sus presiones sobre la administración de Basar al Assad con la suspensión temporal de la membrecía siria y un bloqueo económico contra Damasco. En otros estados como Bahréin, Arabia Saudita, Jordania, Kuwait, Omán, Marruecos y Argelia, las revueltas están por detonar. Por su parte, Irán enfrenta también las crecientes presiones externas, e Israel, rodeado por los países árabes, muestra preocupación por los supuestos efectos de las alteraciones en la región.
Tales hechos agravan los cambios en la región, lo cual obliga a los gobiernos a tomar medidas para revertir la situación y mantenerse, o abandonar el poder con garantías, como hizo el ex presidente yemení Ali Abdullah Saleh. Pero tampoco estos cambios son garantía de un futuro mejor. La primavera árabe abrió una era de tumultos, y la prevalencia de políticos islamistas en el Norte de África y Medio Oriente demuestra las nuevas tendencias y opciones del pueblo en esos países árabes. Sin embargo, la conclusión sobre el fruto de esta elección requiere un análisis a largo plazo. De hecho, las nuevas administraciones de Túnez, Yemen, Egipto y Libia enfrentan numerosos problemas, como el decrecimiento económico y la división social, además de las fuertes riñas por el poder.
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Los conflictos continúan en Yemen |
En Túnez, la economía, que mantuvo durante 20 años un crecimiento promedio del 5%, experimentó una fuerte caída por las alteraciones sociales y políticas que persisten en el país. Los tunecinos sufren hoy día un alto índice de paro y las protestan continúan. En tanto, pese al traspaso del poder de Ali Abdullah Saleh, el futuro político de Yemen no es menos sombrío. Los enfrentamientos ardientes entre las fuerzas leales a Saleh y la oposición es una señal muy obvia de la lucha por el poder. En Egipto, en medio de la crisis económica, las fracciones políticas en este país se han empantanado por las contradicciones en torno a la modificación de la Constitución. Los conflictos violentos se producen a diario. El nuevo gobierno de Libia también encara diferendos en el reparto del poder y el restablecimiento de la orden, así como en la reconstrucción de las ciudades destruidas durante la guerra, la reintegración de los soldados a la comunidad y el desarme.
Un año ha transcurrido y los reclamos democráticos por el cambio de gobierno persisten en naciones de África del Norte y Medio Oriente. Las revueltas en los países árabes transforman la correlación de fuerzas y redefinen la geopolítica regional. En este contexto, perduran los viejos problemas, que también serán un reto tanto para las nuevas como las viejas administraciones en la región./.