Por José Llamos Camejo. Fotos: Tuan Anh
(Del libro "Un guerrillero antillano en el paralelo 17")
Los dos mástiles se empinan como espigas gigantes en busca del cielo, coronados con las enseñas de Cuba y Vietnam, al pie de los edificios. Cientos, miles de páginas de humanidad y grandeza flamean en lo alto. Abajo se escriben nuevas historias.
En uno de los salones, el llanto de un niño proclama otro alumbramiento; van por él dos mujeres de batas blancas; parecen arcángeles. En la nave contigua, un galeno recibe la gratitud de una joven arrebatada a la muerte. La madre sonríe. Un hombre la imita en el inmueble de enfrente. Nadie podrá devolverle la pierna cercenada por un explosivo gringo hace cuarenta años, pero el hospital “Amistad Vietnam-Cuba” le devolvió la sonrisa.
Abrigando a la “Sierra Maestra” en la ciudad de Dong Hoi, cabecera de la provincia central de Quang Binh, a más de quinientos kilómetros al sur de Hanói, se yergue el inmueble construido por iniciativa del líder cubano, Fidel Castro Ruz.
Las seiscientas veinte camas hospitalarias del centro lo convierten en el tercero más grande a nivel del país, comenta orgulloso el vicedirector, doctor Trán Tién Húng, hombre espigado y locuaz, de 53 años de edad, que lleva casi la mitad de su vida dedicada a la medicina.
“Somos 368 profesionales: médicos, enfermeras y laboratoristas de alta calificación; cubrimos veinticuatro especialidades clínicas y siete servicios paramédicos. También disponemos de una moderna sala de cuidados intensivos, y realizamos ocho actividades administrativas de apoyo”, refiere el directivo.
Una parte del personal médico del Hospital “Amistad Vietnam-Cuba” en la ciudad de Dong Hoi.
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Para quienes viven en Quang Binh y otras localidades cercanas, el hospital es “una bendición que nos regaló el Comandante Fidel”. Así lo califica Ta Thi Thu Ha, una mujer de treinta y nueve años, natural de Dong Hoi. “No busco remedio en otro lugar; cuando me siento indispuesta o le ocurre algo similar a alguien de mi familia, vengo aquí”, confiesa: “estos doctores cuidan muy bien de mi salud y la de mis hijos”.
Cientos de pobladores acuden a la institución cada día; cientos de miles lo hacen todos los años. Vi llegar a decenas en una jornada, y, al margen de sus dolencias, traían la misma seguridad que llevan los fieles camino de su santuario.
El hospital, según el doctor Tién Húng, puede simultanear hasta novecientos ingresos en circunstancias extremas, y está equipado con tecnología de avanzada”. Tomógrafos, escáner, Rayos X, equipos de ultrasonidos,…todos de última generación, están a la vista en sus áreas correspondientes.
Mas, por lo visto, el principal recurso del centro está asociado a la sensibilidad del colectivo; a la capacidad de poner alma y conocimiento al servicio de los demás, de olvidarse de sí para calmar al que busca ayuda: “es nuestra manera de corresponder al gesto del hombre extraordinario que concibió esta obra”, confiesa Nguyen Ván Liéu, galeno que lleva más de un cuarto de siglo aquí.
EL PRIMER HOGAR
Antes de ocupar espacio en la ciudad de Dong Hoi, la instalación hospitalaria existió en la mente del Comandante. “Es una de las cinco obras ideadas por él para nuestro pueblo”, confirma Nguyen Dinh Bin, exvicecanciller de Vietnam, e intérprete en múltiples diálogos del líder cubano con dirigentes vietnamitas.
“En Julio de 1967, en ocasión de una visita a Cuba, realizada por Le Thanh Nghi, entonces viceministro primero, Fidel le comentó la idea de construir un hospital en el sur de nuestro país”, agrega Dinh Bin. “Ya en esa etapa el líder cubano pensaba en la reconstrucción de Vietnam, y lanzó anticipadamente la idea”, acota.
Aunque ya no funciona, la vieja caldera de vapor se mantiene en el mismo sitio donde fue colocada por manos cubanas en 1973. |
Seis años después, en 1973, el Comandante hizo pública tal decisión durante su recorrido por territorios recién liberados del sur de la nación vietnamita, cuando la guerra aún no había concluido: “construiremos y equiparemos completamente el nuevo hospital de Dong Hoi”, anunció.
A juicio de Nguyen Xuán Phong, otro exfuncionario de la cancillería vietnamita, “sabiendo que la lucha aún seguía, y que en el sur no existía hospital ni servicios médicos, Fidel vio la conveniencia de hacer un hospital grande, moderno, que fuera capaz de atender a la población de la zona, pero también a los combatientes”.
¿POR QUÉ EN QUANG BINH?
Septiembre 14, de 1973. Faltan pocos minutos para las nueve de la mañana. El AN-24, procedente de Hanói, sobrevuela Quang Binh; ¡barbarie a la vista!; paisaje imposible de imaginar para quien no lo haya visto.
Desde una de las ventanillas del avión, Fidel contempla el destrozo: ¡Las huellas de la guerra!”. Imposible la indiferencia; inevitable la indignación. No pregunta. Sufre, calla, medita…
“¡Cuántos cráteres producidos por las bombas!, ¡cuánta destrucción! ¡Cuántos crímenes! ¡Lo destruyeron todo: caminos, puentes, comunicaciones, ciudades, aldeas, casas, hospitales! ¡...una guerra de exterminio!. En ningún lugar del mundo se han lanzado tantas bombas como las lanzadas sobre esta provincia…! ¡Más de un millón de bombas! ¡Nadie habría podido creer que quedara una sola persona viva!”.
¿Un impacto tan fuerte, habrá influido en la decisión del líder cubano, de que el hospital se construyera en aquella zona?
Xuán Phong, que durante años también fungió como traductor en numerosas conversaciones del Comandante con homólogos vietnamitas, hace notar que “Quang Binh era el punto del norte más próximo al sur; de modo que, construir un hospital con esas capacidades allí, tenía un sentido estratégico; yo entiendo el pensamiento de Fidel”, enfatiza.
Por otra parte, Dong Hoi, además de ser la capital de Quang Binh era el núcleo poblacional más grande de la provincia, lo que probablemente también influyó en la decisión de ubicar allí el hospital. Al parecer, algunos criterios de carácter medioambiental ayudaron a determinar qué área de la ciudad era más apropiada para construir la obra.
La institución fue levantada en una pendiente de la antigua aldea de Ly Ninh, (hoy barrio céntrico de Nam Ly). Según Lé Vinh Quán, exfuncionario de Asuntos Exteriores de Quang Binh, quien estuvo al tanto del proyecto en todas sus fases, un examen preliminar sugirió que en el sitio de marras los equipos que serían instalados en el hospital estarían menos expuestos a los efectos del salitre.
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Los agresores utilizaron a Quang Binh como polígono para probar sus mortíferas armas. Al enorme saldo de muerte y devastación hubo que añadir elevadas cifras de mutilados; luego se sumarían las malformaciones por efecto del agente naranja. Con tales secuelas tuvieron que lidiar los profesionales del hospital “Amistad Vietnam-Cuba”.
“En los primeros años era frecuente recibir a heridos por explosivos remanentes que quedaron sin detonar”, comenta el doctor Trán Tién Húng, “pero esas incidencias han ido reduciéndose con el tiempo”, puntualiza.
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Nguyén Ván Liéu llegó al hospital de Dong Hoi en 1992. Hay regocijo en la voz de este hombre de rostro ancho y estatura mediana. El centro hospitalario es como una extensión de su hogar; muchos de sus sueños cristalizaron aquí; otras metas están por cuajar.
Cuenta Liéu que transitaba de la niñez a la adolescencia cuando su tierra soportaba un diluvio de proyectiles –en diez años de guerra la aviación norteamericana arrojó sobre Quang Binh un millón toneladas de bombas. Ván Liéu tuvo suerte, no lo alcanzó ninguna. Sus padres y el gobierno lo protegieron bien, como a todos los niños y ancianos. Pero, de alguna manera fue víctima de la guerra.
— Vi a mucha gente sufrir, y el dolor del pueblo me causó mucho sufrimiento, –confiesa.
Lo torturaba el desconsuelo de las madres que no vieron regresar a sus hijos; lo afligía la tristeza de sus amigos huérfanos; extrañó a los muertos. Sí. El alma inocente de aquel muchacho había sido dañada por las bombas Made in USA. Esos petardos malditos le reventaban el pecho cada vez que veía el andar angustioso de algún mutilado.
Oyó decir que con el final del conflicto la tragedia no acabaría; que antes de marcharse los agresores, para vengar la derrota sembraron bombas por todo Quang Binh y Quang Tri; que la muerte acechaba en los arrozales, en los bosques y a las orillas de los caminos. Entonces Van Liéu decidió encontrar algún modo de ayudar a sus coterráneos. Por eso decidió estudiar medicina
— ¿Dónde cursó la carrera?
— En Hanói. Luego me incorporé a este hospital. Aquí llevo una labor de veintiséis años, interrumpida excepcionalmente en mil novecientos noventa para viajar a Santiago de Cuba, donde permanecí durante catorce meses haciendo la especialidad de Anatomía Patológica en el hospital “Saturnino Lora”.
— Ahora sé dónde y cuándo usted conoció la Sierra Maestra; eso (me interrumpe)
— Pues no fue en Santiago
— ¿Y entonces dónde?
— Aquí mismo, a unos metros de donde estamos (y de nuevo sonríe), ahorita le mostraré el lugar.
POR EL MISMO CAMINO
Nguyen Van Mám frecuentaba al “amistad Vietnam Cuba desde muy pequeño. Su padre, enfermo, buscaba remedio para sus males en la institución; Mán siempre lo acompañaba, sin sospechar que tales incursiones decidirían su rumbo profesional.
“Esa memoria de mi niñez luego me orientó hacia la medicina”, explica el especialista en ortopedia y traumatología, y admirador de Fidel. “Me hablaban de él y de Cuba, siendo yo un chico. En esa etapa grabé la frase que más conocemos nosotros del Comandante: “Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra sangre”.
Ván Mám y Nguyen Van Liéu han asimilado experiencias cubanas en la atención a pacientes y en tareas de gestión, administración, y transferencia de tecnología. “Aprendí mucho de ellos, siempre dispuestos a superar dificultades de todo tipo; trabajan a cualquier hora y bajo circunstancias disímiles; son muy competentes y dedicados, se olvidan de sí para atender a un enfermo. Donaban su sangre en beneficio de los pacientes”, confiesa Liéu.
El piso original del pasillo central de la institución, colocado hace 45 años por constructores de la isla antillana.
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Mám comparte la apreciación de su compatriota, y se acuerda de Roy Fabré: “un doctor cubano muy humano y profesional, vino a Dong Hoi en el 2005 y me ayudó a perfeccionar mi labor. Aún intercambiamos correos, y a veces hasta me ha sorprendido con un buen aguardiente o algún puro cubano. Roy es un gran amigo”, acota el médico vietnamita.
Otros muchos nombres pudieran agregarse al de Roy. Cerca de un centenar y medio de galenos cubanos han prestado servicios en el “Amistad Vietnam-Cuba”, desde que fue inaugurado –el 9 de septiembre de 1981.
A juicio del doctor Trán Tién Húng, esa relación única, tan familiar, humana y profesional entre ellos y sus pares cubanos, tienen una misma raíz; un solo nombre: Fidel; “este hospital que nos regaló, su cariño especial por Quang Binh y Vietnam, su ejemplo, y los lazos de hermandad que creó entre nuestros pueblos; eso nunca lo olvidaremos. Vietnam tiene mucho que agradecerle a Fidel”.
“Tenemos un espacio con imágenes que contienen la historia del hospital y recuerdan la visita del Comandante a Vietnam”, refiere el vicedirector Húng.
— ¿Una sala de exposiciones?
— Es un área exclusiva que destinamos para mostrar la memoria del hospital, pero con una fuerte presencia de Fidel, que en esa historia ocupa un lugar esencial; allí también se realizan intercambios sobre la vida y la obra del gran líder cubano y su relación con nuestro país. El local está sometido a reparación, pero podemos verlo…
De frente y erguido, Ho Chi Minh da la bienvenida a los visitantes, desde el busto situado en lo alto, al fondo de la sala en restauración. Para mostrar cómo funciona el recinto los anfitriones han devuelto algunos objetos a sus puntos habituales.
Instantes de Fidel en Dong Hoi, conversaciones con homólogos vietnamitas; constructores; Quang Binh en celebración por la arrancada del hospital,…sucesos disímiles concurren sobre la madera pulida de una mesa rectangular. Hay decenas de fotos.
La “Sierra Maestra”, una obra de cubanos y vietnamitas. Otro símbolo de batalla por la vida, en el tercer hospital más grande de Vietnam.
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En una pared, la hilera de gallardetes recalca un prestigio institucional que trasciende a Quang Binh y a Vietnam. En la opuesta, dos cuadros confirman el virtuosismo de algunos pinceles y la magia de la naturaleza vietnamita.
Una de las obras sugiere complicidad… La miro. La admiro. Intuyo los confidentes: el mar, la ciudad. Percibo la trama: ochenta y seis embarcaciones militares gringas y saigonesas averiadas o hundidas: intrepidez de Dong Hoi; audacia del mar y sus defensores.
AQUEL DOMINGO DE MAYO
Los domingos son jornadas de asueto en el país de los vietnamitas; es la tradición. Pero el tercer domingo del quinto mes del año 1974 no podía ser uno más. Era 19 de mayo. Ho Chi Minh cumplió 84 años de su llegada al mundo, y José Martí 79 de su partida; Dos Ríos y Nghe An se abrazaron en una misma latitud de la historia.
No fue casual que la fecha marcara también el inicio de la construcción del hospital. Dicen que el sol apareció con inusual sobriedad aquella mañana en Don Hoi; que el aire monzónico, típico de la región central de Vietnam, llegó impregnado de un tono ceremonial.
Constructores cubanos y vietnamitas, integrados en el Contingente “Nguyen Viet Xuan”, emprendieron la obra, entre aplausos y vítores de una multitud de los lugareños que decidieron ser parte del acontecimiento.
“Yo vi poner la primera piedra”, narra Lé Vinh Quán, un donghoiense de setenta y seis años, que conoció a Fidel en 1973, cuando el líder cubano visitó esa localidad. Quán vigiló el sueño del Comandante en una casa de huéspedes, en Dong Hoi. Le tocó dirigir en esa provincia al equipo que atendió y protegió al jefe de la Revolución Cubana. “Fueron jornadas inolvidables”, rememora orgulloso el veterano de guerra.
A partir de entonces “jamás le perdí el rastro a ese gran héroe; yo estaba presente cuando él anunció que Cuba edificaría un hospital aquí”. Cuenta que permaneció al tanto del proyecto, al que le antecedió un meticuloso trabajo de acondicionamiento del terreno. Primero pasaron los zapadores para dejar libre de explosivos a la zona, en caso de que se detectara material de ese tipo allí; luego sobrevino un período breve pero intenso, de movimiento de tierra, hasta que las 7,7 hectáreas quedaron listas.
Después empezó la cimentación y las etapas subsiguientes, que se extendieron por siete años. “Compartí muchas jornadas con los constructores cubanos; trabajábamos y después casi siempre degustábamos unos tragos de ron de la isla”, concluye Vinh Quán.
COMO PRENDAS SAGRADAS
Nguyén Hái Dúng desliza sus manos sobre la “piel” grisácea de la maquinaria vetusta, como si acariciara una dama. El aparato ya no emite sus soplos abrasadores, ni tiene la energía ardiente y autoritaria de antaño. Otro ingenio lo reemplazó en eso de esterilizar cubiertos e instrumental de laboratorio. Pero la vieja caldera de vapor sigue ahí: “es una reliquia”, dice Nguyen Hái Dúng.
“Mire para allá” –invita el responsable de economía y aseguramientos del centro–, mientras apunta con el índice a lo que fuera un depósito de agua que sobresale en el extremo de una nave situada hacia el fondo de la institución. El artefacto tampoco funciona, “pero también es un símbolo”.
Otros medios –en uso o reposo– están a la vista en las áreas de la cocina y del comedor: neveras, bandejas, cubiertos, mesas, cazuelas,… “Todos los equipos del hospital fueron aportados por Cuba”, aclara Dúng. “Algunos ya no podemos utilizarlos, pero lo conservamos; son como prendas sagradas. Aquí no se sustituye nada construido por los cubanos, si se daña algo lo restauramos sin modificar el diseño”.
Impresionan por lo bien conservados, a pesar de los años, los enchapes de la cocina, las baldosas de los pasillos, –que están ahí desde el primer día, y parecen espejos–; las escaleras; la lozanía de los barandales añejos; las ventanas y otros componentes de madera que retan al almanaque en los mismos sitios donde fueron colocados por manos cubanas hace poco menos de medio siglo.
Otros ya no tienen la misma textura. Después de cuarenta y cinco años en explotación le salen los colores del tiempo. Conservar es más difícil en esta región del trópico, azotada una y otra vez por los tifones y el mar, una realidad que enaltece el empeño por mantener casi intacta la fisionomía del inmueble.
— Periodista, voy camino a la Sierra Maestra, ¿me acompaña?
Sigo al doctor Ván Liéu. Llegamos a la esquina exterior de lo que parece un salón de consultas. “Aquí está”, me dice…
Para representar a la parte del Mar Caribe que baña al litoral sur de Cuba, desde Santiago hasta Granma, cubanos y vietnamitas idearon un lago artificial diminuto, y alzaron montañas en miniatura a partir de una orilla, con la porción mayor asentada en la tierra firme.
La vertiente sur de la cordillera se precipita en caída casi vertical. La masa de agua se agazapa a sus pies, redimida, tranquila, luminosa como el símbolo de gloria y desprendimiento que se refleja en la superficie. De este a oeste, varios arbustos de distintas especies cobijan el flanco norte de la “Sierra Maestra”.
No es una réplica exacta del paisaje que intenta representar; pero el conjunto se asemeja bastante al lomerío donde Fidel hizo historia. La geografía quebrada, su estructura rocosa, las depresiones profundas, los tres picos de alturas dispares…
“Fue una buena idea levantar este símbolo en nuestro hospital”, dice el doctor Van Liéu, cuando emprendemos la retirada. “Fidel Castro se hizo guerrillero en la Sierra Maestra y peleó por la justicia; este centro de salud se lo debemos a él. Y aquí también se defiende la vida y el bienestar del pueblo; en nosotros late fuerte el espíritu y el cariño que impregnó el Comandante en los vietnamitas”.
Trán Tién Húng, Nguyén Ván Mán, Hái Dúng, otros y otras, se unen a Van Liéu para despedirnos. Han descorchado un aguardiente para brindar por Cuba y Vietnam, por Fidel y Raúl, por la amistad. Alzamos las copas y estalla un coro espontáneo. No lo esperaba. Me sumo: “Guantanamera, guajira guantanamera…”
Son las doce del día. A esa hora el viento ha perdido su compostura en la ciudad de Dong Hoi. Las banderas se agitan. Dos pueblos flamean en sus estandartes sobre la pareja de mástiles que se empinan como espigas gigantes.
Abajo se suman nuevas historias: de sonrisas devueltas, de esperanza recuperada, de vidas arrebatadas a la muerte. Y crece la gratitud hacia unos seres de batas blancas que siguen allí, como arcángeles, en espera del próximo alumbramiento.